martes, 16 de junio de 2009

También decimos ¡Qué se vayan todos!






Mucho se ha debatido y se sigue debatiendo sobre el inevitable proceso de transformación que el país requiere, en todos los ámbitos de la vida nacional, en unos más en otros menos, los temas diarios giran alrededor de la viabilidad o no de un país, que sumido en una profunda crisis, que desde hace ya mucho tiempo dejó de ser sólo económica, se ve cada día más al borde del negro abismo de la confrontación fraticida, sin que ningún poder terrenal tenga la autoridad moral para rescatarlo.

La clase política, cada vez menos influyente, fuera de sus tradicionales cotos de poder, ahora cercados por la inefable presencia del narcotráfico, el cáncer que ha corrompido las entrañas del Estado mexicano, que como testificamos recientemente no distingue colores o “ideologías”, si es que estas existen todavía, se apresta para escenificar, una vez más el ya de por sí, desabrido espectáculo del circo electoral.

En el colmo de la inmoralidad la vieja oligarquía, o sus testaferros, pretendidos herederos de la familia “revolucionaria” callista de los 20’s, escenifica burdos culebrones en los que redescubren, sus desde siempre conocidas miserias, así, ex presidentes decrépitos por el tiempo y por sus prácticas de entonces y de ahora, relanzan acusaciones sobre corruptelas y sucias alianzas delincuenciales, como si ello pudiera ser novedoso, lamentablemente eso dejó de asombrarnos desde hace ya mucho tiempo, probablemente porque como sociedad no hemos conocido, a los largo de nuestra historia alguna otra forma de ejercicio político, la máxima “él que no tranza no avanza” del carrancismo, dejó su lugar al ”político pobre es un pobre político” del hankismo y sus herederos del salinismo y el actual calderonismo, recuérdese a los Mouriño, es decir la corrupción, el nepotismo y todos los vicios no mencionados han sido la divisa del poder.

En medio de todo ello, afortunadamente se expresa una amplia gama de movimientos emergentes que buscan a través de variadas formas de expresión y, sobre todo de organización, generar una nueva oportunidad para que México despierte y, por fin, se decida a construir una sociedad cuya divisa sea la dignidad de todos y todas los y las que conformamos éste mosaico multicultural que aspira a convertirse en una nación.

Ante ello, evidentemente llegó la hora de abandonar conceptos monolíticos que no solo han limitado, sino que han impedido el pleno ejercicio de la democracia y la soberanía de los pueblos, en el entendido de que al ser un país multicultural convivimos en este espacio una variada gama de identidades, muchos pueblos una sola nación podría ser la gran divisa.

En este marco la oligarquía blandiendo lo que queda del Estado y renunciando a la defensa de la soberanía nacional, amenaza con precipitar el caos y aunque a viva voz declaran, al más puro estilo de las dictaduras tradicionales, “el caos o yo”, hacen todo lo posible por agitar las aguas de la ya de por sí frágil paz social. La vía elegida por el Estado es el etnocidio directo y la entrega inmoral de la riqueza nacional a las grandes transnacionales, vía los megaproyectos del gran capital y si hay oposición y resistencia el exterminio directo es la ruta.

No es necesario hacer una sesuda reflexión ni una profunda investigación, a lo largo y ancho del país, en cualquier punto de la geografía del nacional, tal como lo harían los delincuentes novatos, van dejando huellas de sus aviesas intenciones, despojos, asesinatos, amenazas, persecuciones, fabricación de delitos, desapariciones, etc., son solo unos cuantos ejemplos de ello, al mismo tiempo los viejos caciques, aliados al narcotráfico están prohijando una nueva generación de politicastros que refuerzan esta ofensiva, ya no por razones de Estado, como solía decirse, sino por intereses personales, las declaraciones de algunos de ellos apuntan claramente en esa dirección, actúan como voceros oficiosos de las transnacionales sin asomo de pudor, traicionando su juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución.

Tal como lo hemos hecho desde hace siempre, los mexicanos verdaderos, los de carne y hueso, sin nada que ver con la macroeconomía ni con las realidades virtuales en que la clase política se regodea, cada vez más dependiente del aparato represivo y de la suripanta en que han convertido al poder judicial, reclamamos el espacio que nos corresponde por la vía de los hechos. Es hora de gritar, “Que se vayan todos”, que nos permitan ejercer nuestro derecho a la “autonomía”, si no pueden resolver los problemas del país lo haremos nosotros mismos, no los necesitamos, nunca lo hemos hecho. Solo el pueblo salva al pueblo.

Finalmente, solo la verdadera organización, fundada en los intereses y necesidades reales de las comunidades, sean urbanas o rurales, permitirá resignificar la política y devolverle su sentido de servicio y búsqueda del bien común, ¡No a la mercantilización del ejercicio político, sí a una vocación de servicio y honestidad!, sólo así será realidad una verdadera y duradera paz con justicia y dignidad.


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