miércoles, 30 de diciembre de 2009

Conflicto minero: ciencia y posmodernismo





La minería ha alcanzado en los últimos tiempos un nivel de repercusión en los medios de comunicación como pocas veces se ha visto. Las causas de ello son múltiples y en general están asociadas a fuertes cuestionamientos tanto a proyectos de minería a cielo abierto como a la utilización del cianuro en el proceso de obtención de oro.

La socióloga Maristella Svampa, una de las principales referentes del movimiento de resistencia antiminería, ve en lo anterior una reacción al “nuevo tipo de minería. Los minerales ya no se encuentran bajo la forma de vetas sino que están diseminados, muchos de ellos, en la cordillera y precordillera. Esto lleva a utilizar tecnologías altamente agresivas que devastan el medio ambiente.

En la Argentina, existe además un marco impositivo de privilegio que fue sancionado durante el gobierno de Carlos Menem y está vigente. Asimismo, describe la megaminería a cielo abierto como “el proceso que se pone en marcha para obtener los recursos naturales, cada vez más escasos. Dinamitan montañas enteras y utilizan sustancias químicas, como el cianuro, para separar el metal. Para eso, requieren grandes cantidades de agua y energía”. El texto anterior remite a dos líneas de argumentación, una correcta, a mi juicio, la otra no tanto.

Se coincide en que efectivamente hay un marco legal muy favorable para los negocios de las empresas multinacionales, elaborado en la década pasada, con una clara impronta neoliberal y cuya referencia principal es el Código Minero actualmente vigente. Sin embargo, la referencia a los emprendimientos a cielo abierto carece totalmente de asidero.

Las minas a cielo abierto no constituyen un nuevo tipo de minería; por el contrario, tienen una larga historia. Así, Chuquicamata (ubicada en Chile, siendo la mina de cobre a cielo abierto más grande del mundo) comenzó sus operaciones en 1915. La de Bingham Canyon en el Estado de Utah, Estados Unidos, la segunda en tamaño (y que aparte de cobre produce también oro, plata y molibdeno) inició su producción hacia 1904.

A modo de ejemplo, y para hacernos idea de las dimensiones, diremos que esta última mina tiene 4 km de ancho, con unos mil doscientos metros de profundidad (con un plan que estipula ampliar esta dimensión un kilómetro más), ocupando aproximadamente 8 kilómetros cuadrados de superficie. Por otra parte, ya viejos manuales de minería se ocupaban de las cuestiones más técnicas de este tipo de emprendimientos.

Mencionemos, por ejemplo, a dos de ellos que reflejan el estado del arte de la década de 1950, y que nos ilustran tanto de los requisitos a cumplir para optar por este tipo de laboreo minero como de sus ventajas y desventajas: “Explotación de minas” de V. Vidal -texto de origen francés, edición española de 1966- y “Elección y crítica de los métodos de explotación de minería” de B. Stoces, autor alemán, traducción española de 1963.

En síntesis, la minería a cielo abierto tiene larga data y también actualidad y vigencia, más allá de los lugares específicos de Latinoamérica a los que hacía referencia la Dra. Svampa: en mayo del 2009 la empresa Dragon Mining comenzó a operar la mina de oro a cielo abierto de Jokisivu, en Finlandia (uno de los países con mejor Índice de Desarrollo Humano, IDH, según el PNUD -Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo).

Por otra parte, tampoco es novedosa la utilización de cianuro en los procesos de obtención de oro, ya que se lo usa desde 1887. Actualmente, cerca del 20% de la producción mundial de cianuro se utiliza con fines mineros. Su uso adecuado, esencial para minimizar los impactos ambientales y riesgos laborales implica, por cierto, una ingeniería de calidad, cuidadosos monitoreos y el mantenimiento de buenas prácticas estandarizadas para su correcto manejo. Su condición de sustancia tóxica (en particular en su forma de cianuro de hidrógeno gaseoso) no elimina ciertamente la posibilidad de manipularlo de manera segura y efectiva.

A pesar de lo anteriormente expresado, la mezcla “minería a cielo abierto + cianuro” se ha convertido en un término tabú, una frase siempre dispuesta en tiempo y forma para suscitar el temor y el pánico de la población. Y para reducir estas sensaciones de intranquilidad no alcanza con apelar a la ciencia y la tecnología. La razón: éstas también se ponen bajo la lupa de la sospecha.

Un reciente libro publicado en el Perú -José de Echave C. y otros: “Minería y territorio en el Perú. Conflictos, resistencias y propuestas en tiempos de globalización”, Lima, junio de 2009- nos ayuda a encontrar pistas para poder entender este fenómeno.

Se afirma en la parte introductoria de este texto -en el que figura también como autora de un artículo la ya mencionada Dra. Svampa- que el mismo nace como resultado de profundas concepciones epistemológicas, básicamente la noción de que las ciencias no son neutrales sino que reflejan, inclusive en su propio núcleo cognitivo, las tensiones sociales y las relaciones de poder.

Dos autores vienen a fortalecer este punto de vista: por una parte el destacado filósofo francés Michel Foucault, por otra el sociólogo y jurista portugués Boaventura de Sousa Santos. Detengámonos en este último autor. Si bien sus principales ideas se han visto reflejadas en una prolífica producción de artículos y libros (en particular las referidas a explicitar sus nociones de Sociología de las Ausencias y Ecología de los Saberes) su trabajo “Um discurso sobre as Ciencias na transição para uma ciência pós-moderna” ha tenido amplia repercusión. Expone aquí la habitual crítica posmoderna al proyecto histórico de la Ilustración y a la noción de racionalidad, con sus consecuentes dardos dirigidos hacia la ciencia y el progreso. Dice allí Sousa Santos que “la ciencia moderna no es la única explicación posible de la realidad y que no hay ningún elemento que indique que la razón científica pueda considerarse mejor que las explicaciones alternativas de la metafísica, la astrología, la religión, el arte y la poesía”.

En esta concepción el papel preponderante que la ciencia y la tecnología tienen en la sociedad contemporánea no se debería a su más adecuada pertinencia, sino básicamente a relaciones de poder. Así, la ciencia newtoniana no sería otra cosa más que un epifenómeno de las relaciones de producción capitalistas.

Por tanto, la ciencia no es el auxilio que los pueblos requieren para la solución racional de sus problemas, ya que la propia ciencia forma parte de la superestructura capitalista y por tanto legitima a este sistema. La ciencia es, entonces, un relato más, tan válido como otros. De ahí que no se requiera de una particular competencia para describirla, alcanza con análisis de discurso y crítica literaria.

Esto es llevado a cabo escrupulosamente en el libro de batalla de la cruzada argentina contra la minería: Svampa M. y Antonelli, M. (editores), “Minería Transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales”, Buenos Aires, 2009. La razón: un porcentaje mayor de los autores son traductores literarios o posgraduados en letras.

El clima anticientífico que se estimula no es patrimonio del posmodernismo. Si bien la mayoría de sus seguidores se incluye a sí misma dentro de las tradiciones democráticas de izquierda, su horizonte difiere de los de la izquierda tradicional, en particular del marxismo al que ven como un hijo dilecto de la modernidad y por tanto sujeto a sistemáticas y furibundas críticas.

No obstante, aquel pluralismo bienhechor que se invoca, en particular cuando se postula la existencia de tantas ciencias como culturas hay, nos remonta a un personaje que nada tenía de izquierdista. Oswald Spengler, historiador irracionalista alemán, derechista y monárquico, en su libro “La decadencia de Occidente” (1922) relata que “Cada cultura se ha creado un grupo de imágenes para caracterizar los procesos; esas imágenes son para ella las únicas verdaderas… Por eso no existe una física absoluta, sino físicas particulares que aparecen y desaparecen en las culturas particulares”. A veces, es bueno recordarlo, los extremos se juntan.

Conclusión transitoria

Al problema minero se le puede encontrar un arreglo satisfactorio para los intereses de la población, apelando a la participación popular y a la adopción de un sólido enfoque científico y tecnológico. Además, es preciso contar con un Estado activo y efectivo, modificando para ello el Código Minero, de manera que permita abrir horizontes más acordes al interés nacional, apostando por un desarrollo que incorpore valor agregado a la cadena productiva y que sea, asimismo, cuidadoso del entorno medioambiental.

Artículo publicado en www.rionegro.com.ar

sábado, 12 de diciembre de 2009

Encuentro Nacional por la Rearticulación del Movimiento Indígena





Coxcatlan, Puebla, 5 y 6 de Diciembre de 2009.
Reunidos en Coxcatlan, Puebla, los días 5 y 6 de Diciembre de 2009, en el marco del ENCUENTRO NACIONAL POR LA REARTICULACIÓN DEL MOVIMIENTO INDÍGENA los representantes y dirigentes de pueblos y organizaciones indígenas Triquis, Nahuas, Púrhépechas, Mazahuas, Popolucas, Zapotecos, Mayas Tojolabales, Mixtecos, Tenek, Ñhañus, Chichimecas, Nahua Chontales, Ayuuk, Totonacos, Mexicaneros, de 10 estados de la República Mexicana ;
Habiendo analizado las diferentes experiencias de nuestros pasos andados, habiendo caminado juntos y separados, hemos decidido unir nuestras voces y nuestras fuerzas para construir un nuevo espacio de coordinación de todas nuestras luchas para construir un mejor futuro para nuestros hijos y nuestros pueblos.
Estando reunidos en Coxcatlan, la cuna del maíz, a los pies del Cerro Sagrado del Sansuanchi, donde están nuestros Guardianes que resguardaron por cientos de años el maíz, y que hoy quieren hablar con nuestras voces .
Viendo que no es bueno que las luchas de nuestros pueblos anden por caminos separados, hemos decidido realizar esfuerzos conjuntos para lograr la rearticulación del Movimiento Indígena Nacional.
Continuando con la resistencia de nuestros pueblos; desde lo mas sencillo y cotidiano, hasta la elaboración de un hermoso poema en cada una de nuestras lenguas.
Resistiendo desde lo mas profundo de nuestras raíces, hasta las luchas por la liberación de nuestros presos políticos indígenas, desde el rescate y respeto de nuestras culturas, hasta la liberación de nuestros pueblos.
Uniendo nuestras voces y pensamientos en un solo corazón, y considerando que nadie puede hablar mejor por nuestros pueblos, como nosotros podemos hacerlo.
Emitimos este
PRONUNCIAMIENTO POLÍTICO
Nuestros pueblos y organizaciones indígenas retoman el espíritu unitario e incluyente del movimiento indígena y se pronuncia por la rearticulación del movimiento indígena nacional, para coordinar nuestras luchas y esfuerzos por alcanzar la justicia, ofreciendo cada una de nuestras organizaciones nuestros esfuerzos para lograrlo.
La rearticulación del movimiento indígena nos permitirá coordinar nuestras luchas para evitar su aislamiento y alcanzar nuestras metas con mayor éxito.
Rechazamos los festejos oficialistas del Centenario de la Revolución Mexicana y del Bicentenario de la Guerra de independencia, porque a pesar de que en esos hechos históricos participaron nuestros antepasados indígenas, solo fuimos utilizados como carne de cañón, dejándonos en las mismas condiciones de injusticia, discriminación y olvido en que estábamos antes del inicio de esos movimientos. Los que construyeron este Estado-Nación lo hicieron con una visión excluyente, pretendiendo en todo momento la desaparición de nuestra existencia en la Carta Magna , trayendo hasta la actualidad consecuencias nefastas.
Exigimos al Gobierno Mexicano que cese la persecución y desmantelamiento contra las radios comunitarias y libere a todos los presos indígenas encarcelados injustamente.
Nos pronunciamos contra la implementación de los permisos que permiten la introducción y la siembra experimental de maíz transgénico en México. Exigimos la protección de nuestros maíces criollos y la defensa de la soberanía alimentaria por parte del Estado Mexicano. En tanto, denunciamos y rechazamos cualquier megaproyecto de inversión de empresas mexicanas o transnacionales que atenten contra el territorio ancestral de nuestros pueblos.
A 100 Años de la Revolución Mexicana y a 200 Años de la Guerra de Independencia, seguimos resistiendo y exigiendo nuestra inclusión y reconocimiento en la Carta Magna de México para ser parte de este Estado-Nación. Por tal razón, rechazamos el carácter festivo de la gran celebración nacional que de dos hechos históricos importantes: el Centenario de la Revolución Mexicana y el Bicentenario de la Guerra de Independencia. Es necesario hacer una reflexión profunda de lo que ha significado y ha traído como consecuencia esos hechos históricos, sin que por ello, hayamos sido incluidos con justicia en la construcción de este Estado-Nación que no solo nos excluyó, sino que nos avasalló pretendiendo en todo momento nuestro exterminio.
No renunciaremos a la lucha por la armonización de nuestra Carta Magna, para que se respeten y reconozcan todos nuestros derechos contemplados en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y el Convenio 169 de la OIT , para que nuestros pueblos sean reconocidos como sujetos de derecho, garantizando en todo momento el derecho de libre determinación y autonomía y de consulta con consentimiento libre, previo e informado que nos lleve a una profunda reforma del Estado.
Con la gran diversidad de pensamientos y posturas de las y los participantes, decimos que estamos unidos para que seamos escuchados, y nuestras propuestas sean objeto de una revisión seria y profunda en aquellos grandes temas de México que están pendientes de resolverse, con el fin de que sean incluidas sin mutilación ni regateos, en la Carta Magna , por la que entremos por la puerta grande, a formar parte de ese nuevo Estado pluriétnico, pluricultural, plunirinacional y con pluralidad jurídica que debe tener un rostro indio, plural e incluyente, en esa nuestra nueva Nación Mexicana.
Por tal razón, el Encuentro Nacional por la Rearticulación del Movimiento Indígena, emite el siguiente
LLAMAMIENTO
- A todos los pueblos indígenas de México y sus organizaciones, a las diferentes tendencias y expresiones del pensamiento indígena hasta ahora dispersas, a confluir en un solo movimiento, para construir un nuevo espacio de organización indígena convergente que sea plural e incluyente, con la participación política de hombres y mujeres de nuestros pueblos, como una instancia de organización, verdaderamente representativa de todos los pueblos indígenas de México, que emita propuestas legislativas, pero principalmente sea el instrumento de los pueblos indígenas para la refundación del Estado mexicano. Para ello, llamamos a la realización del 2° Encuentro Nacional por la Rearticulación del Movimiento Indígena a celebrarse el 13 y 14 de Febrero de 2010 en territorio p’urepecha de Michoacán, y a participar en el Congreso Constitutivo el 9 y 10 de abril de 2010 en México Tenochtitlán.
- Al movimiento campesino, obrero y popular, y a otros sectores sociales, sujetos políticos y actores sociales, para empujar juntos en una misma dirección, hacia la instauración de una nueva Nación Plurinacional, que transforme de raíz este injusto país que hasta ahora otorga privilegios a unos cuantos, mientras que a la gran mayoría la empobrece y despoja de todo.
- A nuestros hermanos Indígenas y no indígenas de México, desde el fondo de nuestros corazones indios, nosotros, los olvidados y excluidos de siempre, desde la voz de los dueños originarios de estas tierras y territorios, les decimos: ¡Es ahora o nunca! ¡Levantémonos! Porque ha llegado una luz de esperanza al final del camino, en esta larga noche de tristezas y agonías, donde nuestros padres creyeron que tanta ignominia no acabaría nunca, Pero la historia es terca y nos demuestra, que la historia la escriben los pueblos. Y en esta hora de la historia, la escribiremos con nuestros propios puños, y si es necesario, se escribirá la parte que haga falta con nuestra propia sangre. Porque ha llegado el fin del silencio indígena. ¡Porque es la hora de la verdad y la dignidad!
Dado en Coxcatlan, Puebla, el 6 de Diciembre de 2009.
ATENTAMENTE
LAS ORGANIZACIONES PARTICIPANTES
Organización Nación Púrepecha, Coordinadora de los Pueblos Indígenas de Guerrero, Consejo Mazahua Región Almoloya de Juárez, CIOAC, MAIZ, UCIZONI, Delegación de la IV Cumbre de los Pueblos Indígenas de Abya Yala, COMCAUSA A. C (Tancahuitz-SLP)., Radio TeKuani, Unión de Mujeres Indígenas y Campesinas de Querétaro, Centro de Acompañamiento Comunitario (CEAC, A. C.), M33, OUPECH, Union de Comuneros Nahuas de Atzacoaloya, Gro., Coordinadora Regional de Organizaciones Sociales del Sur de Veracruz, CACTUS, Centro de Atención Integral a Pueblos Originarios (CAIPO, A. C.), Red de Mujeres de Huazuntlan, Veracruz, Red Nacional de Resistencia, Altepeji Vive, Organización de Comunidades Unidas de Michoacan, A. C., OUR, COA Nutrición, Red Mujeres de Tatahuicapan, Ver., Tssoka Teyoo de la Sierra A. C., APRO Kuneaxm, Radio Pak-nemo Kissaltepetl, Consejo Indígena de Uxpanapa, Ver., Fondo Regional Indígena de Uxpanapa, Veracruz, CIOAC Michoacán, OUM, MAIZ-Veracruz, MAIZ-Puebla, Red Nacional de Resistencia Civil Contra las Altas Tarifas Electricas, Luna del Sur, A. C, Radio Comunitaria Aamay Iyoltokniwan, Centro de Derechos Humanos y Laborales del Valle de Tehuacan, Radio Comunitaria Las Voces de los Pueblos, MOSOVA-Queretaro, comunidad de San Miguel El Grande, Tlaxiaco, Oaxaca, Alianza Mexicana por la Autodeterminación de los Pueblos-AMAP

martes, 1 de diciembre de 2009

La “Guerra Social”






La “guerra social” es mucho más feroz que la expresión “orgánica” de la lucha de clases o del antagonismo étnico o religioso. Mucho más que unos cuantos bombazos contra objetivos simbólicos o su proclamación en panfletos, periódicos, grafittis callejeros o mensajes en el ciberespacio.

Sergio Grez Toso

La idea de “guerra social” nos remite a un conflicto particularmente agudo entre componentes antagónicos de una sociedad, enemigos que se perciben como irreconciliables y que buscan su eliminación completa, no solo política o económica sino también física. El más acendrado odio clasista, racial o religioso es su principal motor. Se trata de enfrentamientos no temperados por mediaciones ideológicas, culturales o políticas como las que intervienen en tiempos “normales”, cuando la hegemonía de unos, o el sistema político, o un consenso social mínimo canalizan el conflicto por cauces que impiden la destrucción mutua de los bandos en lucha.

Características de “guerras sociales” tuvieron los levantamientos de esclavos desde la Antigüedad hasta el siglo XIX y de los campesinos contra sus señores en la Europa de la Edad Media, de los Tiempos Modernos y de comienzos de la Época Contemporánea. La ejecución de los amos acompañó invariablemente estas sublevaciones La quema de castillos y de “cartas” en la que estaban inscritos los derechos feudales que condenaban a los siervos a la más oprobiosa miseria y dominación fue uno de los elementos que minó y terminó por derribar a la sociedad feudal. La “guerra a los castillos” de los campesinos hambrientos y harapientos perturbó durante siglos el sueño de los nobles que, cada vez que se presentó la ocasión, respondieron a la “guerra social” de los pobres con la “guerra social” de los poderosos: los tormentos de todo tipo, la horca, la hoguera, las excomuniones, la acción de curas e inquisidores y la política de tierra arrasada fueron las armas de los dominadores. La “guerra social” de los de arriba fue la respuesta a la “guerra social” de los de abajo.

También tuvieron aspectos de “guerra social” (de razas y de castas) las acciones punitivas de una crueldad extrema de los conquistadores blancos en América, Asia y África, desde los Tiempos Modernos hasta el siglo XX, y los levantamientos de indígenas, negros, amarillos, mestizos y demás mezclas de estos continentes contra sus dominadores. La lista de ejemplos es larguísima. Entre los más conocidos en América podemos citar la insurrección en el siglo XVIII de Tupac Amaru y la feroz reacción represiva en su contra de los representantes del Rey de España en el Virreynato del Perú. Tan o más despiadados como estos fueron los episodios de “depuración étnica” y guerra de castas que acompañaron la rebelión de esclavos negros en Haití a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Allí se enfrentaron esclavos negros contra esclavistas blancos, pero también negros contra mestizos. Intervinieron franceses, españoles e ingleses que concluyeron alianzas momentáneas con los negros o con los mestizos. Estas luchas desembocaron en la formación de la primera república independiente en América Latina. El líder negro Jean-Jacques Dessalines proclamó en 1804 la Independencia de Haití y ordenó la muerte de todos los blancos con la sola excepción de religiosos y médicos, prohibiéndoles que tuvieran propiedades. Los oficiales franceses respondieron ordenando la caza de todos los niños negros de ambos sexos menores de catorce años para ser vendidos como esclavos, Dessalines (que se había hecho proclamar Emperador), replicó arrasando buena parte del sector oriental de la isla (actual Santo Domingo), pero no logró doblegar por completo a los franceses.

Pocos años más tarde la “guerra social” acompañó el nacimiento de varias repúblicas hispanoamericanas. Uno de los casos más crudos fue el de Venezuela. La dirección de la lucha independentista por la aristocracia (la clase mantuana) empujaba a los negros, mulatos, pardos, quinterones, zambos, e incluso a los blancos pobres, a oponerse a los patricios patriotas percibidas como sus principales enemigos. Por ello las masas venezolanas marcharon detrás del capitán de fragata Domingo Monteverde, un canario que desembarcó en 1812 en Corio para defender los derechos del rey de España. Muy pronto sus doscientos treinta hombres (entre españoles y corianos) fueron miles (la inmensa mayoría venezolanos). A nombre del monarca, Monteverde autorizó el saqueo de los mantuanos. Los soldados patriotas se pasaron por centenares a las filas realistas. La guerra adquirió un marcado carácter social: las masas populares saquearon, violaron y destruyeron. Luego de la derrota de Monteverde en 1813, otro español, José Tomás Boves, decretó en los llanos la “guerra a muerte” contra los patriotas. Los llaneros de todos los colores se sumaron en masa a las tropas de este oficial realista e hicieron la “guerra social”. A las matanzas de españoles, canarios y venezolanos sospechosos de ser realistas cometidas por las “Tropas de exterminio” de Bolívar, respondieron las matanzas de mantuanos sin distinción de partidos cometidas por los llaneros de Boves. A pesar de que este caudillo no respetaba ni las iglesias ni su propia palabra, el éxito lo acompañó hasta su muerte en la batalla de Urica (5 de diciembre de 1814), ocasión en que sus tropas derrotaron a los patriotas, provocando el colapso de la Segunda República venezolana. Aunque Bolívar –como todos los representantes de la clase mantuana- era reacio a reconocer el origen racial y social de la guerra que lo expulsó de su país en 1814, terminó hablando de una “guerra de colores”, es decir, de razas. Su cambio de percepción fue acertado. Luego del desembarco de Morillo -un alto oficial español que hacía la guerra en términos más clásicos y no conocía la realidad venezolana-, los llaneros de Boves buscaron entre los jefes de los ejércitos patriotas a aquellos que pudieran garantizarles impunidad por sus acciones pasadas y concederles tierras, rangos militares o pensiones.

Un cierto parecido con lo ocurrido en Venezuela, aunque menos intensamente, se observó en las guerras de Independencia en Chile, especialmente después de la derrota realista de Maipú (1818). El chileno Vicente Benavides acaudilló a los partidarios del rey de España en el sur y desarrolló la “guerra a muerte” contra los patriotas. También se sumaron a la resistencia realista varias montoneras autónomas, la banda guerrillera de los hermanos Pincheira y algunas tribus mapuches. Ambos bandos cometieron todo tipo de atropellos y exacciones. Las autoridades patriotas reconocieron la “guerra de vandalaje”, incentivando la violencia sin cuartel. Miles de campesinos chilenos se unieron a las fuerzas del monarca por odio a sus patrones criollos y para escapar a las levas forzosas de los ejércitos de “la Patria”. La guerra campesina realista adquirió, como en tantas otras oportunidades un carácter “social”. Ni el fusilamiento de Benavides en 1822 pudo asegurar la paz en el sur del país. Los Pincheira (bandidos tradicionales que asumieron la defensa del rey y lograron concitar gran apoyo popular) ampliaron enormemente hacia el norte su radio inicial de acción, la zona de Chillán y San Carlos. En 1822 saquearon Parral, en 1823 Linares, en 1825 pasaron a la Pampa argentina. En 1827, atacaron Curicó, Longaví, Cumpeo y la zona de Antuco. De vuelta en Argentina, incursionaron en las zonas de Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. El 10 de julio de 1829 los Pincheira llegaron a las puertas de Mendoza. Al año siguiente alcanzaron las orillas del Maipo, en San José. El gobierno de Chile recurrió a todos los medios para derrotarlos: cerró ciudades, fortificó los pasos cordilleranos, hizo la guerra a los indígenas que los ayudaban y se buscó la alianza con sus enemigos. Solo en 1832, recurriendo a la traición, el general Manuel Bulnes logró vencerlos y tomar la cueva donde funcionaba el cuartel general del último de ellos, José Antonio Pincheira.

La “guerra social” de los campesinos chilenos fue derrotada por las fuerzas del Estado republicano, pero renació en las guerra civiles de 1851 y 1859, siendo adoptada también por otros grupos populares, como los mineros del Norte Chico, que sumándose a los insurrectos liberales aprovecharon la oportunidad para levantarse utilizando los métodos de la “guerra social”: saqueos, depredaciones y castigos a los propietarios sin distinción de bandos políticos.

En estos conflictos y en muchos otros ocurridos durante la Época Contemporánea se pueden apreciar de manera muy decantada los rasgos de toda “guerra social”: violencia extrema sobre el enemigo de clase, de raza o de religión, pero por sobre todo, violencia ejercida directamente por la masa, con un alto grado de autonomía e iniciativa propia, a veces en consenso con ciertas instituciones (partidos. movimientos, organismos estatales, jerarquías militares, civiles o eclesiásticas), pero muy frecuentemente desbordándolas.

Las ejecuciones masivas de prisioneros y la persecución despiadada de los trabajadores parisinos vencidos por las tropas de la burguesía republicana en las jornadas de junio de 1848 y los fusilamientos en masa de “comuneros” en las calles y en el cementerio Père Lachaise de la “ciudad luz” en mayo de 1871, tuvieron el sello de la “guerra social” de los ricos contra los pobres. Los “pogroms” anti judíos en el imperio ruso zarista, el genocidio armenio cometido por los turcos durante la Primera Guerra Mundial, la “solución final” implementada por el nazismo en contra de los judíos, gitanos, ciertos pueblos eslavos y otros grupos considerados como “inferiores” o “subhumanos” durante la Segunda Guerra Mundial, fueron episodios de una “guerra social” de tipo racial. Ciertos pasajes de la guerra civil rusa (combinada con intervención extranjera) después del triunfo de la Revolución de octubre, y la guerra anti campesina (“colectivización forzosa de la agricultura”) decretada por Stalin a fines de la década de 1920 en la Unión Soviética, fueron más bien de tipo clasista. Simplificando, podemos decir que en la primera se enfrentaron con saña los trabajadores revolucionarios con las fuerzas de las antiguas clases dirigentes, aristócratas y burguesas, y en la segunda la nueva clase dominante, la burocracia o nomenklatura soviética, arregló cuentas con el campesinado para someterlo definitivamente al despotismo del Estado burocrático “socialista”. También tuvieron características de “guerra social” de clases las matanzas de cerca de medio millón de comunistas y militantes populares perpetradas en 1965 en Indonesia por los militares con la colaboración activa de numerosos civiles (musulmanes y católicos), lo que prueba que su carácter fue de tipo político y social (no racial ni religioso). El exterminio indonesio se convirtió desde entonces en el símbolo de la “guerra social” de las clases pudientes contra los sueños igualitarios de los desposeídos. “Yakarta viene”, era el siniestro presagio que los golpistas chilenos escribían en los muros de las ciudades durante los mil días de la Unidad Popular, anunciando su “guerra social” anti popular, la “guerra de los momios” de la primavera de 1973.

El genocidio de cerca de dos millones de personas (por ejecuciones y por hambrunas) provocado por el régimen de los “Jemeres rojos” en Camboya entre 1975 y 1979 aunque tuvo algunos rasgos de una “guerra social” clasista (los intelectuales y los habitantes de las ciudades eran considerados automáticamente como enemigos que debían ser exterminados), escapa a nuestra capacidad de clasificación. Tal vez la siquiatría pueda ayudar a encontrar elementos de respuesta. Conformémonos por ahora con anotar que el 25% de la población de ese país pereció como fruto de la locura ideológica de quienes pretendían hacer tabla rasa del pasado para construir una sociedad totalmente nueva.

Las “limpiezas étnicas” que provocaron la Nakba palestina luego de la creación del Estado de Israel en 1948, las operaciones de similar naturaleza implementadas en algunos territorios que habían conformado el disuelto Estado de Yugoslavia en la década de 1990, y las matanzas mutuas de hutus y tutsis en Ruanda y Burundi en las décadas de 1970 y 1990, fueron guerras esencialmente étnicas o raciales. En 1972 los tutsis asesinaron 350.000 hutus en Burundi y esto exacerbó el sentimiento anti-tutsi de la mayoría hutu de la vecina Ruanda. En los años 90 vendría la terrible revancha. En 1994 más de 800.000 tutsis fueron masacrados en este último país. El 75% de los tutsis de Ruanda sucumbió en estas matanzas. Este genocidio fue muy complejo ya que fue planificado por la mayoría de los hutus para eliminar por completo tanto a los tutsis como a los hutus moderados u opositores al gobierno. Pero también miles de hutus fueron aniquilados por los tutsis del Frente Patriótico Revolucionario. El genocidio fue simultáneamente étnico y político. La “guerra social” ruandesa superó todos los records de brutalidad e inhumanidad en un continente en que los actos de este tipo han sido abundantes desde la irrupción del colonialismo europeo. Cabe recalcar que miles de personas de ambas etnias (militares y civiles) participaron en las masacres como ejecutores o cómplices, lo que equivale a decir que el genocidio tuvo un carácter “popular”.

Abreviando nuestro recorrido, no podemos sino llamar la atención contra el uso indiscriminado de este concepto. La “guerra social” es mucho más feroz que la expresión “orgánica” de la lucha de clases o del antagonismo étnico o religioso. Mucho más que unos cuantos bombazos contra objetivos simbólicos o su proclamación en panfletos, periódicos, grafittis callejeros o mensajes en el ciberespacio. La “guerra social” estalla solo cuando las condiciones objetivas y subjetivas convierten a la sociedad en un polvorín que ninguno de los actores en pugna es capaz de controlar. Ni siquiera en su propio y racional beneficio.