Iván Restrepo
La Jornada, julio 27 de 2009
Uxpanapa, junto con el distrito de riego de Los Naranjos, en Veracruz, fue la región elegida para reubicar a unas 5 mil familias de origen chinanteco procedentes del valle de Ojitlán, Oaxaca, famoso por su biodiversidad y riqueza agropecuaria. A partir de 1973 fueron obligados a abandonar sus pueblos y tierras, pues serían cubiertas por las aguas del embalse de la presa Cerro de Oro. Ésta serviría para prevenir inundaciones aguas abajo, y establecer un gran distrito de riego en Veracruz. A los indígenas y propietarios privados desplazados prometieron indemnizarlos por su patrimonio perdido, les aseguraron que su nuevo destino era casi un paraíso, con cosechas abundantes, ingresos justos y suficientes, clima benigno, calidad de vida.
No fue así. Luego de desmontar casi 100 mil hectáreas, de destruir un ecosistema que guardaba su riqueza gracias a los árboles y su entorno, se procedió a establecer varios centros de población y habilitar áreas de cultivo. Para lograr todo lo anterior se anunciaron diversos apoyos técnico-productivos, crédito e infraestructura. El primer año las cosechas fueron buenas por sembrarse en tierra virgen, rica en nutrientes acumulados durante décadas. Pero después los perdió debido a las torrenciales lluvias del trópico. Se comprobó que eran inapropiadas para la agricultura. Además, los nuevos centros de población no se construyeron adecuadamente, mientras las vías de comunicación eran intransitables durante la temporada de lluvias.
Fue tal el fracaso que finalmente el gobierno tuvo que darle la razón a los especialistas que advirtieron oportunamente que esa selva no debía desmontarse (y mucho menos con maquinaria pesada, como se hizo), pues su riqueza radicaba en la tupida capa forestal, hábitat de una preciada diversidad biológica que se perdió junto con miles de árboles centenarios. Además, se alertó sobre la poca viabilidad del nuevo plan agropecuario por ser ajeno a las condiciones climáticas de la región. En esa lucha contra la insensatez fue vital el apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (lo dirigía entonces el doctor Gerardo Bueno Zirión) por conducto de los centros de investigación que a mediados de los años 70 del siglo pasado abrían el camino a los asuntos ambientales. Destacadamente, el de Recursos Bióticos, con sede en Xalapa, el Instituto de Ecología y el Centro de Ecodesarrollo.
El milagro prometido por la burocracia y por quienes se beneficiaban con los proyectos públicos nunca se concretó. Uxpanapa es uno de los grandes crímenes ecológico-sociales de la historia nacional. Un traspié enorme también en el campo económico y muestra de cómo no debe realizarse un proceso de colonización. Sus efectos no terminan, si hacemos caso a la exigencia de justicia de centenares de campesinos pertenecientes a 30 ejidos ubicados en la región citada. Y es que un juez de Veracruz dictaminó que no hay lugar a la demanda de indemnización que interpusieron y en la que afirman que les entregaron tierras de mala calidad, como así fue: de las 260 mil hectáreas que recibieron en dotación, apenas 85 mil son de buena calidad. El resto no son aptas para la agricultura. Además, no recibieron los 800 millones de pesos por las tierras expropiadas para la construcción de la presa.
Los afectados seguirán en su lucha porque, como en otros casos de desplazados por la construcción de obra pública –ahora son por la presa Picachos, en Sinaloa–, no les pagan lo que se debe ni les cumplen los apoyos prometidos.
Una sugerencia para que tengan éxito: busquen a El Jefe Diego. Lo que no se alcanza con la justicia se obtiene con la voz de mando. Hay juzgados mazehuales.
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